martes, 17 de julio de 2012


AbriendoIdeas Libros

"Espantapájaros" 
de Oliverio Girondo 


Para quienes no conozcan a este autor, Oliverio Girondo fue un poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1891. Desde muy joven entró en contacto con la elite cultural del país, entablando amistad con Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, Macedonio Fernández y Leopoldo Marechal; todos ellos defensores de las vanguardias cómo nuevos destinos del arte.


Oliverio Girondo desarrolla una poesía totalmente distinta a lo tradicional. Esquiva los clásicos paradigmas del poeta cómo el amor, lo romántico, la tristeza y busca construir imágenes sorprendentes, cargadas de imaginación que llevan al lector a una apertura mental y a rendirse frente a las reglas que allí se imponen. No busquen rimas ni sonetos, sólo ideas extraordinarias.

El estilo de este escritor tiene algunas cercanías con el surrealismo, observable en las situaciones y sucesos que desarrolla en sus poemas, todos sacados del plano de la realidad condensándose en una atmósfera cercana a los sueños y a la fantasía. Es casi un estado de locura lo que predomina donde las consideraciones de los protagonistas se muestran lejanas al sentido común. Es casi una lucha la entablada por Girondo contra la rutina y contra lo cotidiano.


Los personajes asumen con naturalidad  lo extra-terrenal y conviven en esta irrealidad con lo extraordinario. Sin embargo también involucra al expresionismo, con sentimientos magnificados, con emociones distorsionadas que llevan muchas veces a lo absurdo, pero  también con un componente irónico con respecto a la rutina y a la vida en sociedad.
Hay un profundo tratamiento de la vida después de la muerte, instaurando posibles mundos que se abren frente a la muerte. Las voces desde el más allá aparecen en los poemas e incluso relatan su sentir. Se genera de esta manera un aura aberrante, donde conviven el suspenso, el miedo, el dolor y la agonía. Lo que brinda este escritor cómo novedad es una consideración del terror cómo algo cercano y no necesariamente malo, donde las verdaderas impresiones y sensaciones brotan sin censura frente al miedo que se impone en las almas.


"Espantapájaros" fue publicado en 1932 y consta de 24 poemas escritos en prosa. Los temas tratados en él refieren en gran parte a la muerte cómo concepto, pero vinculado sobre todo a la consideración presente en latinoamérica de que la muerte puede convivir con la vida y no cómo algo triste. Involucra también consideraciones sobre el amor, la alegría, el deseo, la ciudad y el sentir en sociedad, todo esto construido en el ámbito de la locura, la irrealidad y lo tenebroso. Es en esta combinación donde lo sombrío se impone y otorga una visión completamente distinta y original con respecto a estos ejes.



Mejor momento para leerlo:

Un momento de tranquilidad, sentado en un sillón o tirado en el pasto en un parque. Para poder disfrutar en calma todos los componentes de este libro y apreciar este estilo completamente distinto a lo tradicional.



Mejores frases:

- "Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!".

- "Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido". 


- "Hasta las ideas más optimistas toman un coche fúnebre para pasearse por mi cerebro".

- "La experiencia es la enfermedad que ofrece el menor peligro de contagio." 

- "La cotidianeidad nos teje, diariamente, una telaraña en los ojos"

- "¿Y no basta con abrir los ojos y mirar para convencernos de que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?"


 


Les dejo uno de los mejores poemas del libro:

11 


Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!

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